Considerar la Infancia como una etapa de especial cuidado y atención, es algo relativamente nuevo. Hasta comienzos del siglo XX los países industrializados no contaban con normas de protección para los más pequeños. Frecuentemente los niños y niñas trabajaban como adultos en condiciones poco seguras, desfavorables para su desarrollo. Se ha hecho todo un camino en reconocer estas situaciones como injustas y crear toda una maquinaria que garantizara el bienestar de los más pequeños. Aunque si tocamos tierra veremos que la realidad no es tan idílica, al menos no en todos los países, lo cierto es que la etapa de infantil nunca ha contado con tanto reconocimiento como en la actualidad.
El 20 de noviembre es una fecha importante no solo para infancia, sino para toda la sociedad. La Asamblea General de Naciones Unidas, tras un largo caminar, por fin en 1989 firma el tratado más respaldado de su historia, en el que se reconoce a los niños y niñas como ciudadanos de pleno derecho, poniendo en marcha un sistema que garantizara el cumplimiento de la norma.
El derecho a la educación
Cincuenta y cuatro artículos recogen los derechos básicos de los que debe disfrutar la Infancia, pero hay uno que hoy merece nuestra atención: el derecho a la educación.
Naciones Unidas plantea un derecho muy básico que tiene que ver con que los niños y niñas asistan al Colegio. Y una vez que esto empieza a palparse como una realidad, por lo menos para la mayoría de los países desarrollados o en vías de desarrollo, la pregunta siguiente sería: ¿Y ahora qué?. Quizás este sea un buen momento para ir puntualizando un poco más. SÍ, todos estamos de acuerdo: los niños y niñas tienen que ir al colegio todos los días, pero… de qué manera y de qué forma. ¿Todo vale?
El enfoque con el que un proyecto educativo de un colegio o de una familia se plantee acompañar a la infancia, generará un tipo de respuesta de la que todos nos beneficiaremos. Parece que muchos empezamos a estar de acuerdo en que pensar en los niños de hoy es invertir en futuro.
El panorama educativo actual se debate entre los métodos, las programaciones, las técnicas, los protocolos e incluso se analiza a nivel mundial los resultados “cuantitativos” de los diferentes sistemas educativos, como si todo se pudiera medir. Pero si en vez de mirar y analizar cada una de las partes, pensamos en la idea originaria que las une, quizás y solo quizás, podamos encontrar un camino de partida que nos permita establecer las bases de este “repensar” del derecho a la educación.
La dimensión estética
En mi trabajo como maestra, a pié de aula, son los niños y niñas quienes me ha permitido siempre tocar tierra y plantearme algunas preguntas, encontrando alguna que otra respuesta. Cuando pienso en ellos y ellas me viene a la cabeza una palabra: BELLEZA.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua recoge una primera aproximación al concepto, definiendo la Belleza como “persona o cosa notable por su hermosura”. Pero, que es ¿hermosura?, de nuevo con el diccionario en mano leemos: “Belleza de las cosas que pueden ser percibidas por el oído o por la vista”, “lo agradable de algo que recrea por su amenidad a otra causa”. Podríamos darle vueltas un buen rato al diccionario ojeando cada una de sus sugerentes palabras, pero el término belleza está cargado de tal subjetividad que concretar nos resulta una tarea bien difícil. Pero si nos fijamos un poco más en la última definición, hermosura, esta parece que puede acercarnos a nuestro objetivo, añade “agradable”, “ameno”, “percepción a través del oído o vista”.
Desde el enfoque reggiano, que adopta una particular manera de SENTIR LA EDUCACIÓN, un modelo teórico-práctico que aplican las escuelas de una pequeña ciudad del norte de Italia llamada Reggio Emilia, nos llega una definición de belleza e infancia que merece toda nuestra atención. Ellos que también trabajan a pie de aula con sus alumnos y alumnas, nos trasladan la idea de “Belleza no como concepto, sino como dimensión estética” alejándose de la ambigüedad del significado convencional, tan particular en cada ser humano y diferente en cada cultura, demasiado subjetivo entonces para considerarlo un punto de partida del que todo sistema educativo debiera partir.
La dimensión estética es un asunto del que se ocupa la Filosofía. Herbert Marcuse, filósofo y sociólogo alemán hablaba de que era la capacidad que tiene el ser humano de vivir su sensibilidad, su imaginación, su creatividad, la subjetividad de lo bello, la libertad interior, la autonomía, su propia creación, que se hace tangible en la medida que pueda proyectarlo, recrearlo y vivirlo en la interrelación con otros seres humanos sin temor a ser coartado o recriminado.
Este es el punto de partida de las escuelas de Reggio Emilia, que tratan de concretar en los pilares de su fundamentación, una manera de trabajar metodológicamente la idea de belleza, que salpica cada rincón de sus espacios y maneras de hacer.
Así para ellos belleza, entendida como dimensión estética, se concreta en:
- Actitud de cuidado. A los otros, a uno mismo, al resultado de nuestro trabajo.
- Atención a lo que hacemos. Presencia, mirada, escucha.
- Asombro. Desde dónde mirar la vida y compartirla con los demás.
- Curiosidad. Que responde a una necesidad humana de conocer y averiguar. También conecta con una actitud de cuidado ante lo que hacemos.
- Proceso. Pone el foco en el disfrute del camino que recorre el aprendizaje, no solo en el producto.
- Investigación. Metodología activa basada en el ensayo-error. Un laboratorio de la educación que responde al deseo innato del ser humano de descubrir.
- Conexión entre el sujeto, el objeto y los demás. Empatía con todo lo que nos rodea. Pone el foco en la relación que se establece entre los adultos, los niños, el espacio-materiales y el entorno-contexto en el que todo sucede.
- Y para finalizar… la unión de los lenguajes. La interrelación entre diferentes maneras de expresión y comunicación.
Y para que todo esto suceda deben darse unas condiciones mínimas de trabajo: permitir la exploración, el cuidado estético de los espacios es vital, un sistema que incluya a todo el cuerpo en el aprendizaje y un marco que permita la divulgación de aquello que hemos creado: compartiendo todos crecemos.
La interacción de estos aspectos que conforman la dimensión de la estética tal y como aquí queda definida, genera prácticas de aprendizaje significativo y duradero, que ayudarán a la infancia a descubrir sus potencialidades y fortalezas como únicas e irrepetibles. Una infancia que se convertirá en constructora de una realidad tan bella como la que han recibido. Quizás podamos añadir un nuevo apartado en la Convención de Derechos del niño, un artículo 55 que nos hable de que “Los niños y niñas tienen derecho a la belleza”.